No sé si la solidaridad es medible, tampoco si hay solidaridad de alta o baja calidad o intensidad. Sí es fácil distinguir, no obstante, entre dar aquello que te sobra o que no necesitas, y ofrecer lo que tienes, incluída tu propia casa.
No es el momento de entrar en comparaciones incómodas, pero el presidente de Senegal, Abdulaye Wade, acaba de anunciar, además de la donación de medio millón de dólares, que este país del África occidental, del que no cuelgan precisamente morcillas de los baobabs, ofrece su tierra a los hermanos y hermanas de Haití damnificados por el terremoto.
Wade ha hablado también, en el marco de la Unión Africana, de buscar las condiciones para el retorno de los haitianos a la tierra de sus antepasados. Y es que Haití, como la mayor parte de la presencia negra en América, es el fruto del comercio europeo de esclavos africanos de los últimos siglos. Y muchos de esos esclavos, después de su captura, empezaban en la isla de Gorée, en Senegal, un viaje a veces sin llegar a destino, pero siempre sin retorno.
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