En estos días, en mi isla, como en el resto de España, se prepara Halloween. Una fiesta foránea que no ha sido importada aquí por los “guiris”, sino por Hollywood y toda su maquinaria ideológica de alcance mundial. Especialmente a través de programas pseudoinfantiles, como los del Disney Channel, que combinan perfectamente estrategia de mercado y modelos sociales a imitar.
Halloween, una tradición que se remonta a la cultura celta, sirve hoy sobre todo para dos cosas: una, como toda fiesta en el capitalismo global, para hacer negocio: disfraces, películas, chucherías… Otra, para consagrar el miedo en forma de fiesta, el “amor al miedo” que profesan los norteamericanos, como lo llama Vicente Verdú.
En estos tiempos de crisis, el miedo es la gran excusa de quienes pretenden, próximamente, “refundar el capitalismo”: financiar con nuestro dinero a los bancos, favorecer a las grandes empresas, reducir impuestos a los poderosos… Todo es por nuestro bien, dicen… ¿Qué pasaría sino? ¿No tenéis miedo? Podríamos perder nuestros puestos de trabajo, nuestros ahorros, nuestras casas, nuestras vidas, incluso nuestra integridad…
No sé si como dice Galeano, el miedo sacrifica la justicia, pero por lo menos está claro que en estos tiempos, nos aleja mucho de ella. Los poderes establecidos aman el miedo, porque éste les permite justificar los expedientes de regulación de empleo y los despidos masivos. Aman el miedo, porque les resulta más fácil señalar al más débil: es el inmigrante el que viene a chuparnos la sangre. Aman el miedo porque en el miedo triunfa la oscuridad por encima de la claridad, en todos los sentidos.
No en vano, Halloween es una metáfora del presente que nos ha tocado vivir: celebrad el miedo, pero no dejéis de consumir.
Pero no todo está perdido, y otro Halloween es posible: el próximo viernes, niños, niñas y mayores deberíamos disfrazarnos de usureros -dejemos ya a estas alturas el eufemismo de banqueros aunque ahora sean subvencionados-; de especuladores sin escrúpulos; de directivos de multinacionales con salarios multimillonarios; de comisarios europeos que aprueban directivas de vergüenza… Ni Drácula ni el hombre-lobo tendrían nada que hacer frente a estos disfraces que anuncian la verdad.